viernes, 25 de septiembre de 2009

Una Charla en el Averno. Parte 2.

Tercera parte de la serie del Testigo.

- ¿Quién es usted? –le pregunté realmente intrigado por su identidad, aunque creo que ya tenía una vaga idea de quién se trataba.
- Soy el dueño del Averno –me respondió abriendo sus brazos, pero sin vehemencia-. Casi todos me conocen como el Diablo, Satanás y Lucifer, pero usted puede llamarme Samael que, en definitiva, es mi verdadero nombre, aunque hace muchos siglos que no lo uso…
No sé por qué, aquella respuesta me dejó perplejo, si en definitiva era la respuesta que esperaba recibir. Tan sólo atiné a parpadear un par de veces. Tal vez abrigaba la leve esperanza que todo fuera ideas mías y que, el aspecto de ese tipo y el nombre del lugar fueran una mera coincidencia.
- Entonces esto es el infierno… -deduje y no pude evitar echar una mirada a las dos chicas que flanqueaban al Demonio.
- No, no se equivoque. El infierno está en otro lado… Esto es “El Averno”, simplemente un bar para pasarla bien.
- ¿Simplemente un bar? –insistí con la pregunta reacio a creerle del todo al que durante toda mi vida me enseñaron que era El Embustero.
- Así es –me dijo y por primera vez sonrió divertido-. ¡Venga! Acompáñeme con una copa. ¡Lilith, Abrahel! Para mí, mi trago favorito; al caballero, lo que pida.
- Una cerveza, para mí está bien –me sorprendí diciendo cuando los ojos de la pelirroja, Lilith, se clavaron en los míos, aunque mi primer pensamiento había sido no pedir nada.
Nos acomodamos en una mesa solitaria fundida en las sombras de un entrepiso desde el cual se tenía una visión completa del lugar. En ambos escenarios habían cambiado tanto las bailarinas como los strippers. Las bailarinas anteriores se perdían con un gordo con pinta de camionero por una puerta lateral, y los strippers que habían terminado su función le hacían el amor a una de sus espectadoras, ahí nomás, junto a la pasarela sin ningún tipo de escrúpulos. La mujer parecía sumida en un éxtasis tántrico. Miré a mi alrededor, perplejo y sorprendido de estar sentado junto a ese tipo en un lugar como aquel.
- Me dijo que me estaba esperando… -le dije algo impaciente.
- Así es. Usted es el Testigo ¿no?
- Sí.
- Bueno, yo esperaba un Testigo, tengo urgencia que la gente sepa algo.
- ¿Usted me está diciendo que me esperaba para llevarle un mensaje a la gente?
- ¿Por qué no? Es el testigo ¿no? Bien, llevará entonces su testimonio, lo que tengo para decirle… ¿No le parece interesante?
- Bueno… Como ser interesante, lo es. Pero ¿quién me va a creer que el Diablo fue quien me dijo lo que tenga para decirme?
- ¿Le parece, amigo? La gente cree más en mí, mucho más de lo que cree en… Bueno, usted ya sabe quién…
- Bueno, supongamos que sí. Pero, la gente no cree en los tipos que dicen haber hablando con el Diablo; puede que crean el Diablo, pero no en sus interlocutores…
- Puede ser –reconoció él con una expresión divertida-. Pero es por envidia, por no ser ellos esos interlocutores. Créame, yo sé lo que digo...
En ese momento aparecieron las dos mujeres. La pelirroja depositó un gran chop de espumeante cerveza ante mí, y la otra dejó un largo vaso de alguna bebida fuerte que no me atreví a preguntar qué era. El vaso echaba humo y el líquido que contenía era amarillo y espeso. Su aroma era nauseabundo.
Cuando las dos muchachas, si es que en realidad eran muchachas, se retiraron, me quedé observando a la pelirroja y su andar sensual, luego lo miré a él.
- ¿Lilith, dijo que se llamaba? ¿Esta es la famosa Lilith? –le pregunté.
- ¡Ah! Bien, veo que su espíritu inquisidor puede más... Estimo que con esta pregunta acepta lo que tengo para decirle.
“Sí, ella es la famosa Lilith, la primer mujer, aunque muchos no la conozcan y muchos no quieran reconocerle ese honor. Supongo que Eva tuvo mejor prensa. Ésta es la que echó, bueno, Él, por no someterse a Adán y a las condiciones que, bueno, ya sabemos quién, había impuesto. Un espíritu indomable que no podía vivir con la opresiva rectitud de, bueno, Él. Cuando fue echada se vino conmigo, la tomé como esposa y fue la mujer más feliz del mundo. Ella nació para gozar, para disfrutar… Yo le di la libertad que necesitaba, sin ningún tipo de restricción. Eso le valió que la llamaran “La Reina de las Prostitutas”…pero seamos sinceros, ¿cuántas amas de casa, señoras de su casa, o jóvenes que van todos los domingos a misa, damas de buen nombre y honor, equiparan a mi Lilith en la cama con sus maridos o novios? ¿Alguna pareja suya, alguna vez, no ha utilizado esa postura prohibida con usted a la hora de hacer el amor? ¿Nunca ninguna novia se entregó totalmente a usted, sin ningún tipo de tapujos ni prejuicios? Seguramente sí, y sin embargo a usted jamás se le ocurrió pensar en esa mujer como una prostituta u horrorizarse por ello…
- Dígame una cosa –lo interrumpí haciendo caso omiso a su último comentario. Como un chiquillo me había puesto colorado- ¿Qué hace usted regenteando este bar? ¿Es una nueva forma de atrapar almas?
Samael lanzó una carcajada que, para no faltar a la verdad, me erizó todos los vellos de mi cuerpo, se acomodó las mangas de su elegante saco y bebió un nuevo trago.
- ¿Atrapar almas? –dijo con curiosidad- Yo no atrapo almas. Los hombres me las entregan por propia voluntad. Con sus actos mezquinos, sus egoísmos, su codicia, su innata inclinación hacia la destrucción y hacia todo lo que sea prohibido, se arrojan de cabeza solitos a mis dominios. ¿Por qué cree, usted, que la droga, la prostitución, la pornografía, son tan buenos negocios? ¿Cree, usted, que yo ando casa por casa, golpeando puertas, instigando a todos a que consuman esas cosas? ¿Cree que yo ando por ahí, en cada esquina repartiendo volantes que instigan a asesinar, a robar, a estafar, a envidiar al prójimo…? No, amigo eso es cosa de los seguidores de... bueno, ÉL. El hombre, solito se condena… El hombre es el gran error de, bueno, ya sabe quién… Disculpe que se lo diga, no es mi intención ofenderlo a usted pero es así. Sino, mire este sitio. Hombres y mujeres, decenas y decenas de ellos, vienen aquí a diario a entregarse al gozo carnal desenfrenado, al alcoholismo y a la droga y a todo lo que está prohibido… Ellos vienen, yo no los llamo.
- ¿Y qué me dice de los pactos? –le pregunté y bebí un buen trago de cerveza que, para ser sincero, fue la mejor cerveza que probé en mi vida.
- Bueno, más claro ejemplo que ese no hay –dijo seriamente-. Son los hombres los que me llaman y son ellos los que me ofrecen realizar un pacto. Yo no tengo publicidad en televisión, ni una legión de telemarketers asediándolos las veinticuatro horas por teléfono. Repito, ellos me convocan y ellos me ofrecen hacer el pacto.
- Pero los engaña, ¿o no?
- Si a lo que usted se refiere es a que algunas veces me cobro antes las deudas… Yo no lo llamaría engaño. A todos les cumplí con lo que me pedían. Los que quisieron riquezas tuvieron riquezas; los que quisieron amor, amor; los que ansiaban poder se los di; juventud, la tuvieron, salud también… A ninguno le dejé de cumplir.
- Sí, pero como usted dijo, la parte que no cumple es en el plazo estipulado para cobrarse la deuda. El mito insiste en que se lleva sus almas antes de tiempo.
- Eso es un error, como bien dijo usted: un mito. Conmigo hay un contrato firmado. ¿Sabe qué pasa? Los hombres son descuidados de por sí y, como dije antes, egoístas y ambiciosos… En lo único que se fijan es que en el contrato figure el beneficio que ellos pretenden, el resto no les importa y no tienen la paciencia de leer el contrato por entero. Nunca, nadie que ha firmado un pacto conmigo se ha fijado lo que el contrato decía acerca del plazo de cobro. No, yo no lo llamaría engaño. Avivada comercial, puede ser, pues ese punto siempre lo coloco al final del contrato y en letra chica. ¡Pero no soy el único! ¿Acaso las financieras no hacen lo mismo con los préstamos de dinero, o las compañías de seguros con las pólizas? Todos, sin excepción, se valen de la letra chica en los contratos para sacar alguna ventaja comercial. ¡Y bueno! Yo también soy comerciante, a mi manera, claro.
Me quedé pensando un largo rato en su última respuesta, tratando de encontrar algún fundamento válido con que poder retrucársela, pero no se me ocurrió ninguno, al menos alguno que tuviera la fuerza necesaria. De modo que decidí continuar con otro tema.
- Pasemos a otra cosa ahora –me había entusiasmado y mi curiosidad me hacía olvidar realmente a quién tenía enfrente-. ¿Su origen es realmente como se cuenta? ¿En verdad intentó disputarle el trono a Dios?
Samael hizo un gesto de dolor, como cuando a nosotros algún ruido particularmente molesto nos aturde o algún chirrido nos hace mal a los dientes, y se echó un poco hacia atrás en su silla.
- ¡No lo nombre, hombre! ¡No lo nombre, por favor! –se quejó y su voz sonó más parecida a la de una serpiente que nunca, luego volvió a sentarse bien en su silla, bebió un largo trago de su brebaje y se puso serio- Por supuesto que no le quise arrebatar el trono. No soy un tonto. ¿Acaso no sabe que yo fui el ángel más bello y con más poder e inteligencia? Sería más que estúpido si hubiera pretendido hacer eso. Nuestro problema fue otro. Digamos que pudo deberse a un típico problema generacional como los que suelen tener ustedes, los hombres, entre padres e hijos. Distintos modos de ver las cosas, creo yo. En realidad, el problema principal, o el generador de nuestro choque fueron ustedes. Desde un principio le dije que una creación tan imperfecta, una vez más no pretendo ofenderlo, causaría problemas. Pero Él los ama, yo creo que mucho más de lo que ama a sus ángeles, que en definitiva son sus hijos mayores y los mejores. Llámelo celos, si quiere. Lo cierto es que pretendía que veneremos al hombre como lo venerábamos a Él y, francamente, yo no pude.
“Cuando puso delante nuestro a esa cosa hecha de barro que se llamaba Adán, y pretendió que nos postráramos ante él, como si fuera un rey, yo no pude. Me rehusé de plano. ¿Cómo iba a reverenciar a ese simio frágil y sin poderes del mismo modo que lo hacía con mi Padre que era todopoderoso? Incluso el ángel más bajo de toda la Jerarquía Celestial era mil veces más poderoso que esa cosa. Llámelo celos, si quiere; tal vez no esté tan errado. Estaba celoso del hombre y por eso junté a mis más fieles hermanos e intenté destruir a ese Adán. Ahí fue cuando me expulsó y me convirtió… en esto –Samael se miró y otra vez dibujó esa amarga sonrisa.

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